miércoles, 6 de julio de 2011

Los hinchas y la Bombonera

(La historia de un fanático que regresa a su tierrasanta 60 años despues)

Lelio Casella tiene 82 años y desde que era muy joven, allá por el 50, que no había vuelto a pisar la mítica Bombonera. Él confesó que creía que debido a su edad ya nunca iba a volver a verla. Entonces, allá fuimos para que recorra el estadio, renovado en 1996, y para que conozca el Museo de la Pasión Boquense, donde podía encontrarse con las glorias que lo hicieron fanático del club de la ribera.

Entre las calles Brandsen, Del Valle Iberlucea, Aristóbulo del Valle y las vías del tren se encierra templo a donde miles de feligreses peregrinan domingo por medio a desatar una especie de locura en azul y oro.

La cancha, junto con el barrio de la Boca y el histórico Caminito son paso obligado de cada turista que visita Buenos Aires. Por eso se organizan todos los días visitas guiadas por las instalaciones del club, los vestuarios, el túnel por el que salen los jugadores, los palcos y las plateas, además de la sala de prensa donde se dan las conferencias y se cubren los partidos de Boca.
Allí Lelio decidió sentarse en el espacio reservado para los protagonistas y como si fuera un comentarista recitó la formación bostera que lo enamoró:



Casellita, como le dicen sus amigos del barrio, se bajó de la tarima con el aplauso cerrado de los presentes, la emoción aflorándole a los ojos y relatos de radio de la juventud resonándole en los oídos.
Luego del paseo por las tribunas y de la vista al campo de juego la guía nos condujo al museo boquense, ese lugar donde la gloria y la historia azul y oro son algo más concreto que meros recuerdos.
Entre camisetas históricas, gigantografías de los ídolos y formaciones gloriosas, aparecen los trofeos, locales e internacionales, que llevaron a Boca a ser uno de los más grandes equipos del futbol mundial.
Cuando nos íbamos alejando, Lelio se dio vuelta y mirando al estadio con una gran emoción me preguntó: ¿Vos también lo sentiste? Esta viva, la bombonera late…

Por Natalia Broggi